5º Domingo de Cuaresma / A
1ª Lectura: Ez 37,12-14;
2ª Lectura: Rom 8,8-11;
9 de marzo de 2008
2ª Lectura: Rom 8,8-11;
9 de marzo de 2008
Evangelio: 11,1-45
En aquel tiempo, un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana, había caído enfermo. María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro. Las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor, tu amigo está enfermo». Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea». Los discípulos le replican: «Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver allí?» Jesús contestó: «¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz». Dicho esto, añadió: «Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo». Entonces le dijeron sus discípulos: «Señor, si duerme, se salvará». Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les replicó claramente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de que no hayamos estado allí, para que crean. Y ahora vamos a su casa». Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos: «Vamos también nosotros y muramos con él». Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá». Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día». Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo». Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja: «El Maestro está ahí y te llama». Apenas lo oyó, se levantó y salió adonde estaba él; porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano». Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, sollozó y, muy conmovido, preguntó: «¿Dónde lo han enterrado?» Le contestaron: «Señor, ven a verlo». Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!» Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?» Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa. Dice Jesús: «Quiten la losa». Marta, la hermana del muerto, le dice: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días». Jesús le dice: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?» Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado». Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, ven afuera». El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo y para que pueda andar». Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
Jesús da la vida
“Vamos también nosotros y muramos con él. Habla Tomás el Mellizo, cuando Jesús decide ir a Betania. Betania quedaba a tres kilómetros de Jerusalén. Presentarse Jesús allí era exponerse a la persecución de los fariseos. La resurrección de Lázaro será el detonante de aquel decreto del Consejo de los jefes de los sacerdotes y los fariseos: “Es mejor que muera uno solo por el pueblo y no que perezca toda la nación” (11,49). Atendiendo a la petición de Marta y María, Jesús decreta su propia muerte.
La reviviscencia o resucitación de Lázaro es el último de los siete “signos” u “obras” narrados por el cuarto evangelio. Antes de arrostrar la muerte, Jesús se manifiesta como Señor de la vida, declara solemnemente en público:”Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y todo el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”.
Los simbolismos de los domingos anteriores de agua-sed, de luz-fe se convierten aquí en muerte-resurrección.
En este último domingo de cuaresma (ver primera lectura), el profeta Ezequiel anuncia la vuelta de los desterrados al hogar, con la potente imagen de la próxima apertura de las tumbas. Al desastre de la nación, visión del profeta del valle de los huesos calcinados, seguirá la resurrección nacional. El espíritu de Yahvé es capaz de abrir los sepulcros y restaurar la vida.
El Dios de vivos, que no de muertos, se revela plenamente en el NT, y la Palabra definitiva de Dios abrirá el sepulcro de Lázaro. Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios con plena potestad para dar vida a los muertos. Marta es la creyente, la gran confesante, su fe es la de los cristianos de cualquier época.
La gloria salvadora de Dios se ha manifestado ante los hombres con toda su fuerza y esplendor. Las imágenes de Ezequiel son el preludio de la salvación integral de la humanidad por obra de la resurrección de Jesús.
Un relato paradójico. El que da la vida a los muertos comienza a ver su existencia en inminente peligro. Amar a los amigos, librar a los demás de la muerte, arriesgar lo que somos se paga con la propia vida. Es el amor compasivo y es la vida como donación. “Nadie me la quita, la doy yo mismo”. Descubrimos el poder de la ternura y la amistad de un Dios comprometido siempre con la vida. Vida sin límites y para siempre es la más profunda aspiración que cobijamos.
La resurrección de Lázaro, tal como la presenta san Juan, es una catequesis para el bautismo, que desarrolla la afirmación de Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida”. De hecho, en una práctica restaurada por el Concilio Vaticano Segundo, los catecúmenos emprenden las prácticas cuaresmales como última etapa para celebrar, en la Vigilia Pascual, los sacramentos de la iniciación cristiana: bautismo, confirmación y eucaristía. En la Noche Santa se alcanzarán la madurez de la fe y la gracia de la conversión. Los cristianos viejos se unirán a los nuevos iniciados, renovando sus compromisos bautismales.
Lázaro de Betania es el hombre que murió dos veces. Más allá, Jesús da la vida misma de Dios, vida eterna, la comunica ya desde ahora a los creyentes, como Salvador la manifiesta en las señales que realiza.
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