"Toda la actividad humana tiene lugar dentro de una cultura y tiene recíproca relación con ella. Para una adecuada formación de esa cultura se requiere la participación directa de todo el hombre, el cual desarrolla en ella su creatividad, su inteligencia, su conocimiento del mundo y de los demás hombres. A ella dedica también su capacidad de autodominio, de sacrificio personal, de solidaridad y disponibilidad para promover el bien común. Por esto, la primera y más importante labor se realiza en el corazón del hombre, y el modo como éste se compromete a construir el propio futuro depende de la concepción que tiene de sí mismo y de su destino..." (Tomado de la Enciclica Centesimus annus)

» Colaborador: Pbro. Miguel Antonio Galíndez Ramos

  • Sacerdote de la Arquidiocesis de Valencia en Venezuela
  • Licenciado en Filosof'ia, Magister en Teologia y en Educación Superior Universitaria.
  • Profesor de Filosofía, jubilado activo de la Universidad de Carabobo.
  • Algunos de sus libros publicados: "Una alteridad constitutiva del Si-mismo" (sobre Rocoeur) Valencia 2000. "Buenas Noticias" (homiletica) Valencia 2001. Articulos en revistas nacionales y extranjeras.

» Principio Pastoral...

"Toda la finalidad de la doctrina y de la enseñanza debe ser puesta en el amor que no acaba. Porque se puede muy bien exponer lo que es preciso creer, esperar o hacer; pero sobre todo se debe siempre hacer aparecer el Amor de Nuestro Señor, a fin de cada uno comprenda que todo acto de virtud perfectamente cristiano no tiene otro origen que el Amor, ni otro término que el Amor".

(Tomado del catesismo romano)

» Tiempo: PENTECOSTÉS

domingo, 27 de abril de 2008

» SEXTO DOMINGO DE PASCUA / A


6º Domingo de Pascua / A
1ª Lectura: Hch 8,5-8.14-17;
2ª Lectura: 1 Pe 3,15-18;
27 de abril de 2008
Evangelio: Jn 14,15-21

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si me aman, cumplirán mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que les dé otro defensor, que esté siempre con ustedes, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; ustedes, en cambio, lo conocen, porque vive con ustedes y está con ustedes. No los dejaré desamparados, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero ustedes me verán y vivirán, porque yo sigo viviendo. Entonces sabrán que yo estoy con mi Padre, y ustedes conmigo y yo con ustedes. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él».

El Espíritu prometido

Durante la Última Cena, en los discursos de despedida, Jesús promete a sus discípulos enviarles un Paráclito (defensor o consolador), que es el Espíritu mismo de Dios, su fuerza y su energía, Espíritu de verdad que procede de Dios, el mismísimo ser de Dios.

Más que por un ejercicio de recordación, Jesús permanece en su Iglesia de una manera personal y efectiva por medio del Espíritu. Por eso dice a sus discípulos que no los dejará huérfanos, desamparados, que volverá con ellos, que por el Espíritu establecerá una comunión entre el Padre, los fieles y él mismo.

Según Juan el “mundo” no puede recibir el Espíritu divino. Mundo es injusticia, opresión contra los pobres, idolatría del dinero y del poder, fatuidad que infla el ego. Ese es el mundo que no puede tener parte con Dios, porque Dios es amor, solidaridad, justicia, paz y fraternidad. A quienes se comprometen con estos valores, los alienta el Espíritu y son los discípulos de Jesús.

Por el poder del Espíritu, Jesús fue resucitado de entre los muertos (2ª lectura). Por el poder del Espíritu, se manifiesta el Señor resucitado en la comunidad de hermanos que se aman con amor creativo, eficaz y salvífico. En “ausencia” de Jesús, el Paráclito se comporta como “otro Jesús”, asiste, sustenta, protege, defiende, anima e ilumina a los creyentes.

A través de la acción del Espíritu “que vive con ustedes y está con ustedes”, Dios santifica al hombre y, a través de él, a toda la creación. Es una desacralización: la santidad de que se trata expulsa las mediaciones sagradas exteriores al hombre. Dios no es el lejano y distinto, sino que se convierte en el Dios que se nos ha aprojimado en Jesús y vive en los creyentes, formando comunidad con aquellos a los que muestra su amor. Es la internalización del hecho de la Resurrección, dimensión nueva, consecuencia en los creyentes de la Vida que se ha manifestado en Jesús. El que se une a Jesús vive también con Dios y desde Dios por la acción del Espíritu.

La nueva relación con Dios ya no es de servidumbre, sino de filialidad. Más que buscar a Dios afuera de uno mismo, conviene dejarse encontrar por él, descubrir y aceptar esta nueva condición: somos hijos. En la donación de uno mismo a los demás se veri-fica el encuentro gozoso con el Padre.

Jesús se va, pero volverá. Si lo aceptan así, los discípulos comprenderán que él está en el Padre, ellos en él y él en ellos. El requisito es aceptar los preceptos que se resumen en el doble mandamiento del amor. Quien ama a Jesús es amado por el Padre y por él mismo, y Jesús se manifestará en cada uno de los suyos. “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él”. El Padre representa para Jesús el principio fontal de la verdad, el amor y la vida.

Con Dios, guarda Jesús una relación de total intimidad que se traduce en la forma única de oración con que a Dios llama Abba. El cuarto evangelio compendia: “Porque aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios, porque da el Espíritu sin medida; el Padre ama al Hijo y ha puesto todo en su mano” (Jn 3,34-35; la cursiva es mía). La unicidad de la persona y misión de Cristo se explica mediante su relación con el Espíritu de Dios.

El Espíritu pone al creyente en sintonía con la realidad de la resurrección, inaugurando el futuro como promesa, más que como amenaza. Las cosas venideras reciben su contenido en virtud de la resurrección de Cristo crucificado.

Conocimiento y experiencia del Espíritu nos ayudan a no objetivar las apariciones de Cristo resucitado. Las apariciones no fueron objetivas, o sea, acontecimientos públicos. Quedaron limitadas a los creyentes, de manera que la fe es obviamente un ingrediente necesario del encuentro con Cristo resucitado. La experiencia de Cristo resucitado sólo puede darse en y por el poder del Espíritu. Así fue para los primeros cristianos, el Espíritu se manifestaba en sus vidas personales, en la vida de las iglesias y en su ministerio en el mundo.

Dios Padre se manifiesta definitivamente en Jesús muerto y resucitado. Se desvela el rostro de Dios cuya omnipotencia no es otra cosa que la posibilidad de una donación infinita de sí mismo, su ser es una paternidad inagotable. El Espíritu se manifiesta como acción de Dios Padre, acción de una potencia de amor sin límites, por la que el Padre engendra, el Hijo se deja engendrar. La salvación es un movimiento ascendente hacia el Padre y descendente hasta la extrema debilidad humana. El pensamiento teológico debe seguir el doble movimiento de exaltación y rebajamiento, no como polos irreconciliables sino en una dialéctica. En la unidad, es Espíritu del Padre en su paternidad y es Espíritu de Jesús en su filialidad. Tal es su identidad de Espíritu de Dios como Padre e Hijo.

Thorwald Lorenzen escribe al final del c. 7 de su libro Resurrección y discipulado (Sal Terrae, Santander 1999, p. 221): “Podemos esperar la fuerza de Dios en medio de la debilidad; dicha fuerza se manifiesta en nuestro mundo en el misterio concreto del amor, para el que la Iglesia está motivada y capacitada por los diversos dones del Espíritu”.

La resurrección no se puede reducir a cuestiones especulativas. No se puede comprender la resurrección al margen de la cruz, de las cruces de este mundo y de la misión de justicia y liberación encomendada a los cristianos y a las iglesias. La resurrección es un acontecimiento culminante y definitorio de la historia y de la comprensión de la realidad toute simple, una realidad que hay que transformar. Y que no podrá ser comprendida y transformada, a menos que nos pongamos activamente al servicio de semejante dinamismo. Entonces empezaremos a creer en la Resurrección.
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» Videopastoral

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