"Toda la actividad humana tiene lugar dentro de una cultura y tiene recíproca relación con ella. Para una adecuada formación de esa cultura se requiere la participación directa de todo el hombre, el cual desarrolla en ella su creatividad, su inteligencia, su conocimiento del mundo y de los demás hombres. A ella dedica también su capacidad de autodominio, de sacrificio personal, de solidaridad y disponibilidad para promover el bien común. Por esto, la primera y más importante labor se realiza en el corazón del hombre, y el modo como éste se compromete a construir el propio futuro depende de la concepción que tiene de sí mismo y de su destino..." (Tomado de la Enciclica Centesimus annus)

» Colaborador: Pbro. Miguel Antonio Galíndez Ramos

  • Sacerdote de la Arquidiocesis de Valencia en Venezuela
  • Licenciado en Filosof'ia, Magister en Teologia y en Educación Superior Universitaria.
  • Profesor de Filosofía, jubilado activo de la Universidad de Carabobo.
  • Algunos de sus libros publicados: "Una alteridad constitutiva del Si-mismo" (sobre Rocoeur) Valencia 2000. "Buenas Noticias" (homiletica) Valencia 2001. Articulos en revistas nacionales y extranjeras.

» Principio Pastoral...

"Toda la finalidad de la doctrina y de la enseñanza debe ser puesta en el amor que no acaba. Porque se puede muy bien exponer lo que es preciso creer, esperar o hacer; pero sobre todo se debe siempre hacer aparecer el Amor de Nuestro Señor, a fin de cada uno comprenda que todo acto de virtud perfectamente cristiano no tiene otro origen que el Amor, ni otro término que el Amor".

(Tomado del catesismo romano)

» Tiempo: PENTECOSTÉS

domingo, 23 de marzo de 2008

» PASCUA DE RESURRECCIÓN / A


Pascua de Resurrección / A
1ª Lectura: Hch 10,14a.37-43;
2ª Lectura: Col 3,1-4;
23 de marzo de 2008

Evangelio: Jn 20,1-9

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue a donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y le dijo: —Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que Él había de resucitar de entre los muertos.

La resurrección de Cristo

Necesitamos absolutamente, tal y como postula Andrés Torres Queiruga (Repensar la resurrección, Trotta, Madrid 2003), recuperar la experiencia de la resurrección, que es el humus del que se nutren las interpretaciones teológicas. La experiencia se manifiesta como una doble convicción de carácter vital, transformador y comprometido. Primero: la muerte en cruz no es el fin de Jesús. Jesús sigue vivo, él en persona; aunque de modo distinto, continúa presente y actuante en la comunidad cristiana y en la historia humana. Segundo: en cuanto a nosotros, en el destino de Jesús se ilumina el nuestro; en su resurrección Dios se revela de manera plena y definitiva como “el Dios de vivos”. Resucitó a Jesús, resucitará a todos los muertos. La resurrección reclama un peculiar estilo de vida que, marcado por el seguimiento de Jesús, es ya “vida eterna”.

La creencia en la resurrección la encontramos en algunos tramos del Antiguo Testamento, en particular en la experiencia de los Macabeos. Torres Queiruga dice que un fruto que podemos recoger de las creencias del A.T. pudiera formularse así: “La auténtica fe en la resurrección no se consigue con una rápida evasión al más allá, sino que se forja en la fidelidad de la vida real y en la autenticidad de la relación con Dios”.

Hay una novedad en la resurrección de Jesús. Él está vivo, sin tener que esperar el final de los tiempos o ya éstos empezaron con él, y está vivo en plenitud sin sombra de muerte. Ha sido exaltado y glorificado en Dios. Así, con esta plenitud, es como está presente en la comunidad creyente.

A la hora actual, nadie confunde la resurrección con la revivificación o vuelta a la vida de un cadáver o vida después de la muerte. La resurrección de Jesús significa un cambio radical en la existencia, en el modo mismo de ser, un modo trascendente que supone la comunión plena con Dios, que escapa al mundo empírico. No es milagro, perceptible verificable empíricamente. No es un hecho histórico puro y simple; es real, pero que pertenece a otra realidad.

La realidad personal del Resucitado no está anclada a un lugar y un tiempo determinados. Su presencia se puede vivir simultáneamente en un claro de la selva amazónica y en una metrópolis del Asia. Por lo que no es pensable una relación material con un cuerpo que ocupara un espacio y un tiempo cerrados.

Hay una continuidad entre el yo construido narrado históricamente y la identidad del Resucitado que no requiere, para su autenticidad, de la revivificación del cadáver. Él es por siempre y nosotros seremos por siempre. Como enseña san Pablo: “se siembra corrupción, resucita incorrupción; se siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual” (1 Cor 15,42-44). Y san Ignacio de Antioquía afirmó: “llegado allí, seré verdaderamente persona”. El cuarto evangelio ve en la cruz la “hora” definitiva, en la que la “elevación” es simultáneamente muerte física en lo alto de la cruz y “glorificación” en el seno del Padre. Morir-resucitar, alcanzar por fin la mismidad del ser.

Si las apariciones se toman como percepciones sensibles del cuerpo del Resucitado, se está presuponiendo algo contradictorio: la experiencia empírica de una realidad trascendente. Muchos teólogos se empeñan en exigir fenómenos sensibles para presentar pruebas empíricas de la resurrección. Comprender y aceptar la nueva presencia del Glorificado y Exaltado es cuestión de fe: Dios resucitó a Jesús, el que está vivo y presente de una manera nueva y trascendente. “Si Cristo no resucitó, de nada les sirve su fe: ustedes siguen en sus pecados” (1 Cor 15,17). Si la resurrección no hubiese sido real, nada tendría sentido para los cristianos. Sin la resurrección Cristo dejaría de ser quien es y su mensaje quedaría refutado. No habría respuesta de Dios frente a la terrible injusticia de su muerte. Perdidos y sin esperanza, seríamos los más infelices de los humanos. Pero, por la fe, los discípulos descubrieron que Jesús había sido constituido en “Hijo de Dios con poder” (Rom 1,4) y que Dios se revelaba definitivamente como “el que da vida a los muertos” (1 Cor 15,17-119).

En Jesús se reveló plena y definitivamente lo que Dios fue siempre: “Dios de vivos”, “el que resucita a los muertos”. Con esta visión teológica se confirma la confesión de la fe: Cristo sigue siendo “el primogénito de los muertos” (Ap 1,15); no en el sentido cronológico de primero en el tiempo, sino como el primero en gloria, plenitud y excelencia, revelador definitivo, “el Señor de la vida” (Hch 3,15).

Jesús vivió a fondo la filialidad (a Dios lo llamaba Abbá) y la fidelidad a su misión. Por eso confió en que Dios no lo abandonaría. Grita angustiado: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15,34; Mt 27,46), citando el salmo 22/21 que es su oración de crucificado; para luego pronunciar palabras de entrega confiada: “en tus manos pongo mi vida” (Lc 23,46). La resurrección fue la respuesta y es la respuesta. Gracias a su fidelidad, Jesús conquista su Gloria y triunfa sobre sus enemigos y sobre la muerte. Sólo la resurrección es respuesta adecuada a la pregunta por las víctimas.

Quien resucita es el Crucificado, su vida es acogida y potenciada – glorificada – por el Dios que resucita a los muertos. No es prolongación de esta vida moribunda, no es


una segunda vida sin conexión con cuanto hemos hecho y vivido, sino que es el florecimiento pleno, más allá de cuanto podamos imaginar, de esta vida, gracias al amor poderoso de Dios.

¡Feliz Pascua de Resurrección!

Un testimonio

El sacerdote José Luis Martín Descalzo dejó escritas estas palabras
antes de morir en su libro "Testamento del pájaro solitario":
"Y entonces vio la luz. La luz que entraba
por todas las ventanas de su vida.
Vio que el dolor precipitó la huida
y entendió que la muerte ya no estaba.
Morir sólo es morir. Morir se acaba.
Morir es una hoguera fugitiva.
Es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba.

Acabar de llorar y hacer preguntas;
ver al Amor sin enigmas ni espejos;
descansar de vivir en la ternura;
tener la paz, la luz, la casa juntas
y hallar, dejando los dolores lejos,
la Noche-luz tras tanta noche oscura.
____________________________________________________________________________________

» Videopastoral

(ANTES DE EJECUTAR EL VIDEO RESECTIVO, DEBES DETENER EL REPRODUCTOR MUSICAL)

Get cool stuff @ NackVision.com

» Algo de musica