"Toda la actividad humana tiene lugar dentro de una cultura y tiene recíproca relación con ella. Para una adecuada formación de esa cultura se requiere la participación directa de todo el hombre, el cual desarrolla en ella su creatividad, su inteligencia, su conocimiento del mundo y de los demás hombres. A ella dedica también su capacidad de autodominio, de sacrificio personal, de solidaridad y disponibilidad para promover el bien común. Por esto, la primera y más importante labor se realiza en el corazón del hombre, y el modo como éste se compromete a construir el propio futuro depende de la concepción que tiene de sí mismo y de su destino..." (Tomado de la Enciclica Centesimus annus)

» Colaborador: Pbro. Miguel Antonio Galíndez Ramos

  • Sacerdote de la Arquidiocesis de Valencia en Venezuela
  • Licenciado en Filosof'ia, Magister en Teologia y en Educación Superior Universitaria.
  • Profesor de Filosofía, jubilado activo de la Universidad de Carabobo.
  • Algunos de sus libros publicados: "Una alteridad constitutiva del Si-mismo" (sobre Rocoeur) Valencia 2000. "Buenas Noticias" (homiletica) Valencia 2001. Articulos en revistas nacionales y extranjeras.

» Principio Pastoral...

"Toda la finalidad de la doctrina y de la enseñanza debe ser puesta en el amor que no acaba. Porque se puede muy bien exponer lo que es preciso creer, esperar o hacer; pero sobre todo se debe siempre hacer aparecer el Amor de Nuestro Señor, a fin de cada uno comprenda que todo acto de virtud perfectamente cristiano no tiene otro origen que el Amor, ni otro término que el Amor".

(Tomado del catesismo romano)

» Tiempo: PENTECOSTÉS

viernes, 14 de marzo de 2008

» DOMINGO DE RAMOS / A


Domingo de Ramos / A
1ª Lectura: Is 50,4-7;
2ª Lectura: Flp 2,6-11;
16 de marzo de 2008

Evangelio: Mt 26,14 – 27,66
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo

En aquel tiempo, el primer día de los ázimos, los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo: «Les aseguro que uno de ustedes me va a entregar».
Durante la cena, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: «Tomen, coman: esto es mi cuerpo». Y tomando un cáliz pronunció la acción de gracias y se lo pasó diciendo: «Beban todos; porque ésta es mi sangre, sangre de la alianza derramada por todos para el perdón de los pecados». Cantaron el salmo y salieron para el monte de los Olivos.


Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y les dijo: «Siéntense aquí mientras voy allá a orar». Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse. Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo: «Padre mío, si es posible, que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que Tú quieres». Y se acercó a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro: «¿No han podido velar una hora conmigo? Velen y oren para no caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil. (...) Miren, está cerca la hora y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense, vamos! Ya está cerca el que me entrega». Apareció Judas, uno de los Doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, mandado por los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña: «Al que yo bese, ése es: deténganlo». Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo. Los que detuvieron a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido los letrados y senadores. Buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos que declararon. «Éste ha dicho: Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días». El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo: «¿No tienes nada que responder?» Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo: «Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios». Jesús le respondió: «Tú lo has dicho. Más aún, yo les digo: desde ahora verán que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo». Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo: «Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acaban de oir la blasfemia. ¿Qué deciden?» Y ellos contestaron: «Es reo de muerte».

Y atándolo lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el Gobernador. Por la fiesta, solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, dijo Pilato: «¿A quién quieren que les suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?» Ellos dijeron: «A Barrabás». Pilato les preguntó: «¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?» Contestaron todos: «¡Qué lo crucifiquen!» Pilato insistió: «Pues ¿qué mal ha hecho?» Pero ellos gritaban más fuerte: «¡Qué lo crucifiquen!» Al ver Pilato que todo era inútil, tomó agua y se lavó las manos en presencia del pueblo, diciendo: «Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!» Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.

Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el Rey de los judíos». Crucificaron con Él a dos bandidos. Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó: «Elí, Elí, lama sabaktaní» (Es decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?») Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.

Entonces el velo del templo se rasgó en dos. La tierra tembló… El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados: «Realmente éste era Hijo de Dios».

Aquí se presenta una condensación del relato de la Pasión según Mateo. Se recomienda recurrir al texto bíblico mismo para su lectura in extenso.

Interpretar la Semana Santa en términos de “redención” resulta problemático hoy para muchos creyentes adultos. La creencia de que el plan original de Dios se vino abajo a causa del pecado de Adán y Eva, y que hubo de ser sustituido por un nuevo plan, el plan de la redención, para redimir al ser humano que está en desgracia con Dios desde aquel “pecado original”, por la infinita ofensa que le infligió a Dios, es la interpretación que construyó San Anselmo de Canterbury, en el contexto cultural de la Edad Media (siglo XI); sería un “theologoumenon”, en términos de Karl Rahner.

El significado de Jesús, para la Iglesia postconciliar, no pasa por la doctrina de la redención del pecado original, por “la sustitución penal satisfactoria”, por los sufrimientos expiatorios de Jesús. Como ser el caso del dolorismo y masoquismo de la película de Mel Gibson, que merece el rechazo no fuera más que por la imagen del “Dios cruel y vengador”.

Nos serviremos del punto de vista exegético-histórico de Ignacio Ellacuría para asomarnos al problema. Su ensayo: “Por qué muere Jesús y por qué lo matan” puede leerse en
www.servicioskoinonia.org/relat/125 (aparición original en Misión Abierta, marzo 1977, pp. 17-26).

La pasión y muerte de Jesús representan el núcleo original de los relatos evangélicos. Son susceptibles de un abordaje historicista. Son la culminación de una vida de hombre. Las interpretaciones divergen: o Jesús murió por nuestros pecados o lo mataron en razón de su lucha por el hombre y en virtud de motivos políticos.

Los autores evangélicos presentan la vida de Jesús como una oposición creciente entre él y quienes le causarán su muerte. El complot definitivo aparece en la pasión y es narrado por los cuatro evangelistas. Para su captura se aúnan los poderes social, político y religioso. A pesar de las diferencias entre los evangelistas, la acusación muestra por qué lo persiguen y lo combaten a muerte estos poderes.

Según Juan (18,19-227), el sumo sacerdote interroga a Jesús sobre sus discípulos y sobre su doctrina. Tras el problema de la ortodoxia, le inquieta el surgimiento de un movimiento mesiánico.

En el juicio ante el Sanedrín se le acusa de querer destruir el templo. Semejante pretensión constituía una blasfemia, pues el templo de Jerusalén era el centro vital de la configuración religiosa y política de Judea.

Las acusaciones cambian ante Pilato. Se le hacen cargos por presentarse como Mesías: de cara a los judíos como Hijo del Bendito; de cara a los romanos como rey de los judíos. Lucas lo resume: “Hemos encontrado a este hombre excitando al pueblo a la rebelión e impidiendo pagar los tributos al César y diciéndose ser el Mesías, Rey” (23,2). Ni Herodes ni Pilato recogen la acusación. Pilato cede ante la amenaza de ser declarado enemigo del César. De hecho, la condena a la crucifixión es una pena política impuesta a los rebeldes contra Roma.

Hay un hecho innegable. Jesús se oponía frontalmente a los poderes sociales y religiosos. Si no hubieran visto en él a un enemigo no lo hubieran condenado. A las autoridades judías les parecían tan peligrosas la persona y la acción de Jesús, que temían la represión por parte de los romanos.

Jesús sabía que su modo de actuar era arriesgado y lo conducía a la muerte. Dos pasajes de la pasión, el huerto y la crucifixión, nos hacen sospechar de la conciencia que Jesús tenía sobre el significado de su muerte. Su muerte es consecuencia de haber anunciado el Reino de Dios. Declara: “Ha llegado la hora”. “Hora” mesiánica que implica, sobre todo en Juan, el paso por la glorificación en la muerte. Jesús muere en la cruz acosado por sus enemigos, abandonado por sus discípulos, todo como resultado de lo que hizo en vida y de la oposición radical de los que lo crucifican. No aparece ningún sentido místico expiatorio. Su muerte es consecuencia de lo que actuó en vida: el anuncio y la realización del Reino de Dios entre los hombres, a lo que se oponían los representantes del poder religioso social político, plasmación visible del príncipe de este mundo.

¿Cuál es el significado teológico de su muerte?

En la cena pascual, celebrada la víspera de su pasión, Jesús considera que su muerte es expiatoria y soteriológica. Marcos y Mateo no hablan del pan como de su cuerpo, Pablo y Lucas afirman que es cuerpo entregado por ustedes (1 Cor 11,24; Lc 22,19). Juan (6,51) dice que es su carne para la vida del mundo. Del vino y de la sangre, los tres sinópticos y Pablo hablan de la (nueva) alianza. Tres hablan de la sangre derramada por ustedes o por muchos, añadiendo Mateo –sólo él– “para el perdón de los pecados”. Según Pablo y Lc, Jesús les manda a sus discípulos que lo sigan haciendo en su memoria, y Pablo señala que, haciéndolo así, anunciarán la muerte del Señor hasta que vuelva.

Jesús prevé su final, pero no desespera del sentido de su muerte sino que positivamente establece su firme esperanza en el triunfo del Reino y el de su causa personal.

La vida de Jesús no pudo terminar en la cruz. Jesús fue y se proclamó el verdadero templo de Dios, el lugar definitivo de la presencia de Dios entre los hombres y del acceso de los hombres a Dios. Por eso murió y por eso nos dio la vida por siempre.

Del trabajo de Jon Sobrino, El Resucitado es el Crucificado, citaré apenas un párrafo:

En la cruz de Jesús ha aparecido en un primer momento la impotencia de Dios. Esa impotencia por sí misma no causa esperanza, pero hace creíble el poder de Dios que se mostrará en la resurrección. La razón está en que la impotencia de Dios es expresión de su absoluta cercanía a los pobres y de que comparte hasta el final su destino. Si Dios estuvo en la cruz de Jesús, si compartió de ese modo los horrores de la historia, entonces su acción en la resurrección es creíble, al menos para los crucificados. El silencio de Dios en la cruz, que tanto escándalo causa a la razón natural y a la razón moderna, no lo es para los crucificados, pues a éstos lo que realmente les interesa saber es si Dios estuvo también en la cruz de Jesús. Si así es, se ha consumado la cercanía de Dios a los seres humanos, iniciada en la encarnación, anunciada y presentizada por Jesús durante su vida terrena. Lo que la cruz dice en lenguaje humano es que nada en la historia ha puesto límites a la cercanía de Dios a los seres humanos. Sin esa cercanía, el poder de Dios en la resurrección permanecería como pura alteridad, por ello ambiguo y para los crucificados históricamente amenazante. Pero con esa cercanía pueden realmente creer que el poder de Dios es buena noticia, porque es amor. La cruz de Jesús sigue siendo en lenguaje humano la expresión más acabada del inmenso amor de Dios a los crucificados. La cruz de Jesús dice creíblemente que Dios ama a los hombres y mujeres, que Dios pronuncia una palabra de amor y salvación y que El mismo se dice y se da como amor y como salvación; dice -permítasenos la expresión- que Dios ha pasado la prueba del amor, para que después podamos creer también en su poder.
(
www.servicioskoinonia.org/relat/219).

Quiere la Iglesia que no celebremos la muerte como final, sino la Vida. Vida que se manifiesta en el Crucificado. “El centurión y los que estaban con él, llenos de gran temor al ver lo sucedido, decían: Verdaderamente éste era Hijo de Dios” (Mt 26,54). Es la confesión de fe de unos paganos romanos. El Hijo de Dios Vive, -decimos nosotros-; es lo que celebramos en cada eucaristía. Nosotros comulgamos con Él, asumimos su vida y su muerte.
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