"Toda la actividad humana tiene lugar dentro de una cultura y tiene recíproca relación con ella. Para una adecuada formación de esa cultura se requiere la participación directa de todo el hombre, el cual desarrolla en ella su creatividad, su inteligencia, su conocimiento del mundo y de los demás hombres. A ella dedica también su capacidad de autodominio, de sacrificio personal, de solidaridad y disponibilidad para promover el bien común. Por esto, la primera y más importante labor se realiza en el corazón del hombre, y el modo como éste se compromete a construir el propio futuro depende de la concepción que tiene de sí mismo y de su destino..." (Tomado de la Enciclica Centesimus annus)

» Colaborador: Pbro. Miguel Antonio Galíndez Ramos

  • Sacerdote de la Arquidiocesis de Valencia en Venezuela
  • Licenciado en Filosof'ia, Magister en Teologia y en Educación Superior Universitaria.
  • Profesor de Filosofía, jubilado activo de la Universidad de Carabobo.
  • Algunos de sus libros publicados: "Una alteridad constitutiva del Si-mismo" (sobre Rocoeur) Valencia 2000. "Buenas Noticias" (homiletica) Valencia 2001. Articulos en revistas nacionales y extranjeras.

» Principio Pastoral...

"Toda la finalidad de la doctrina y de la enseñanza debe ser puesta en el amor que no acaba. Porque se puede muy bien exponer lo que es preciso creer, esperar o hacer; pero sobre todo se debe siempre hacer aparecer el Amor de Nuestro Señor, a fin de cada uno comprenda que todo acto de virtud perfectamente cristiano no tiene otro origen que el Amor, ni otro término que el Amor".

(Tomado del catesismo romano)

» Tiempo: PENTECOSTÉS

sábado, 5 de abril de 2008

» TERCER DOMINGO DE PASCUA / A


3er Domingo de Pascua / A
1ª Lectura: Hch 2,14.22-23;
2ª Lectura: 1 Pe 1,17-21;
6 de abril de 2008


Evangelio: Lc 24,13-35

Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: «¿De qué cosas vienen hablando, tan llenos de tristeza?» Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?» Él les preguntó: «¿Qué?» Ellos le contestaron: «Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no le vieron». Entonces Jesús les dijo: «¡Qué necios y torpes son ustedes para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?» Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída». Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?» Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón». Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

¿Cómo descubrir al Resucitado?

Los destinatarios del relato de Emaús somos todos los que nos llamamos seguidores de Jesús. Jesús en persona está entre nosotros, y no lo sabemos. “Sus ojos no eran capaces de reconocerlo”. ¿Por qué esta incapacidad para reconocer a Jesús que vive y camina a nuestro andar? Conocer cuanto enseña la Escritura sobre él y participar en la mesa eucarística parecieran, de acuerdo a esta pequeña historia, conductos imprescindibles para descubrir al Resucitado.

Una lectura atenta de la Palabra nos abrirá los ojos y orientará nuestra fe, y podremos reconocer al Señor en medio de los hermanos “al partir el Pan”. Le diremos: “Quédate con nosotros, Señor”. Haremos su memoria “hasta que él vuelva”.

Meditar sobre esta página del evangelio pudiera ayudar al cristiano en tiempo de crisis a elaborar el itinerario de Jerusalén a Emaús y de retorno. A round trip o, en una red de satélites, Round Trip Time (RTT). Aquellos discípulos nunca atendieron a las sucesivas predicciones de Jesús sobre su pasión y, deshechos por su ajusticiamiento, no hubo lugar en su corazón para la expectación, menos aún para la esperanza. Como a los de Emaús nos amenazan la tristeza y la desesperanza. Jesús es un mesías que padeció horriblemente la injusticia humana, pero que hizo virar la injusticia hacia el perdón, rompiendo la futilidad del pecado y de la muerte.

¿Era un plan previsto? En la primera lectura, leemos que el día de Pentecostés Pedro, con los Once a su lado, dice a los judíos y demás habitantes de Jerusalén: “Conforme al plan previsto y sancionado por Dios, Jesús fue entregado, y ustedes utilizaron a los paganos para clavarlo en la cruz. Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte, ya que no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio” (Hch 2,22-24). ¿Seremos capaces de poner en manos de Dios nuestra vida y nuestra muerte? El secreto de la felicidad y el logro consistirá, entonces, en esforzarnos en amarle.

Dejarnos guiar para poder reconocer y reinterpretar los hechos, cuanto descartamos por imposible o incomprensible desde nuestra cosmovisión o constructos personales, sobre todo cuando nos topamos con el mal y la muerte, la desesperanza y la oscuridad. El guión nos lo provee Jesús. El soporte de la fe en la resurrección no es un hecho material concreto, sepulcro vacío y reconocimiento de un cadáver; no es un hecho histórico físico. Es más bien una “corazonada” (“¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba?”), una intuición irresistible. Hay que arriesgarse a creer, a aceptar el don de Dios. Creer que Jesús crucificado y expulsado de este mundo es la expresión mayor del amor de Dios y del sentido de la historia. Jesús encarna la causa de Dios y camina con nosotros; nos hace elaborar la bitácora. Creemos en su propuesta de interpretación de la vida y de la historia. No es un acto voluntarista o de imperativo moral, sino que es empujado por una fuerza que brota como don desde lo más íntimo del ser.

Repasemos Apocalipsis 3,20: “Mira que estoy a la puerta y llamo: si alguno escucha mi voz y me abre, entraré en su casa y comeré con él y él conmigo”. Según la conocida anécdota, ante la observación que la puerta no tenía cerradura, el pintor respondió que esa puerta es el corazón del hombre que sólo se abre por dentro.

“No los dejaré huérfanos. Volveré” (Jn 14,18). Cuando creemos estar más desamparados o que no podemos superar la prueba, entonces estamos en los brazos del Padre. Cuando todo nos parece engañoso, ilusorio, cuentos de mujeres. Cuando queremos argumentos y razones palpables. El Señor camina silencioso y sin ser reconocido, escuchando nuestras recriminaciones. El camino nos parece interminable y nos sentimos desfallecer. Como a Elías el profeta fugitivo en el desierto, Dios puede alimentarnos para que podamos llegar al Horeb, el monte de Dios; o como a los dos de Emaús, para que enseguida emprendan el regreso a Jerusalén y se incorporen a la comunidad de los creyentes.

Los dos discípulos compartiendo con el forastero, y éste visto como Jesús el Divino, ha sido un tema bien repetido en la pintura. Los pintores representan la escena como una cena íntima alrededor de una pequeña mesa. No tenemos un hecho documentado y certificado para oponer a la imagen pictórica. Podemos darla, pues, por buena. ¿Será Emaús la historia más hermosa de Pascua?
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